"Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente" Tito 2: 12.
No se vuelvan descuidados con sus palabras por estar entre incrédulos, porque ellos los observan. Si están sentados a la mesa, coman moderadamente, y sólo alimentos que no confundan la mente. Manténganse alejados de toda intemperancia. Sean lecciones objetivas que ilustren los principios correctos.
Si les ofrecen té, mencionen con palabras sencillas el efecto perjudicial que tiene sobre el organismo. Digan además, que no usan bebidas embriagantes de ninguna clase porque desean conservar su mente en tal condición que Dios pueda impresionarla con las sagradas verdades de su Palabra, y que ustedes no pueden permitirse debilitar ninguno de sus poderes físicos y mentales, o serán incapaces de discernir las cosas Espirituales. Así podrán sembrar las semillas de la verdad, y dirigirse hada el tema de mantener el alma, cuerpo y espíritu en una condición tal, que puedan entender las realidades eternas. Estudien la instrucción dada a Nadab y Abiú, los hijos de Aarón. Ellos "ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó". Tomando fuego común, lo pusieron en sus incensarios, "y salió fuego de delante de Jehová y los quemó. . . Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado" (Lev. 10: 1-3).
El Señor desea que sean ganadores de almas. No traten de revelar su inteligencia como teólogos, ni aun de la verdad bíblica, porque al hacer esto hablarán palabras que para muchos serán tan poco comprensibles como el griego. . . Conéctense firmemente con Cristo, y presenten la verdad tal como es en El. Trabajen como Pablo trabajó. Dondequiera que estaba, ya fuera ante ceñudos fariseos o autoridades romanas, pobres o ricos, sabios o ignorantes, el lisiado en Listra o los pecadores convictos en una mazmorra macedónica, alzaba a Cristo como Aquel que odia el pecado y ama al pecador, Aquel que llevó nuestros pecados a fin de tener total poder y autoridad para impartirnos su justicia.
Los corazones no pueden dejar de ser tocados por la historia de la expiación. Los que comprenden la necesidad de mantener el corazón bajo el control del Espíritu Santo podrán sembrar la semilla que brotará para vida eterna (Manuscrito 23, del 24 de noviembre de 1890, "Diario"). 341
Elena G. de White