martes, 7 de enero de 2025

Predicación positiva en un mundo negativo | Sermones Misioneros 2025 | By Pr. Heyssen Cordero Maraví



¿Quién es un atalaya? Viene del hebreo sapah que significa “un guardia que vigila”, “alguien a la espera de un acontecimiento”. Sin embargo, en el sentido estricto de la función, un atalaya anunciaba los peligros que asechaban a su ciudad o reino. Podían ver los peligros fuera de sus murallas, y cuando avizoraban los peligros gritaban a voz en cuello o cuernos para llamar la atención, de modo que el pueblo y ejército se preparara para una batalla o ataque:

Un atalaya “come del libro”. Un atalaya anuncia los peligros que han de acontecer, esos peligros están escritos en la Biblia en la actualidad. Por ello el texto dice: “come lo que hallas; come este rollo, y ve y habla” (v. 1). No podemos ser atalayas de nuestras propias opiniones y creencias. No diremos “yo opino”, “yo creo”, “yo pienso”, sino: “ASÍ DICE JEHOVÁ”. La palabra de Dios debe ser levantada para anunciar lo que acontecerá. Por eso debemos “COMER”, alimentarnos de la Biblia.1 

Un atalaya es guiado por el Espíritu Santo. Ezequiel destaca una labor activa del Espíritu Santo. Una vez más debemos entender o recordar que la tarea evangelística es una labor espiritual y por lo tanto debemos depender completamente del Espíritu Santo. El texto dice: “Y me levantó el Espíritu” (vrs. 12, 14). No pretendamos vivir una vida poderosa como evangelistas ni atalayas sin la dependencia del Espíritu Santo.

Un atalaya anuncia, no convence. Del verso 16 al 21 podemos notar con claridad que la labor del atalaya no es convencer, SINO ANUNCIAR. Un Evangelista no debe estresarse en la conversión de las personas. Debemos apasionarnos en anunciar, predicar, evangelizar, pero la CONVERSIÓN es una tarea del Espíritu Santo. Solo debemos cumplir nuestra parte fielmente. Porque las personas tienen derecho a salvarse, pero también tienen derecho a perderse. Por lo tanto, de ahí la gran dependencia que necesitamos del Espíritu Santo.

Dios nos ha llamado como atalayas, como evangelistas. Que podamos “comer” de la Biblia, depender y ser guiados por el Espíritu Santo y entender que la obra de la conversión le corresponde a Dios, nosotros somos instrumentos. El sermonero que tienes en tus manos son MENSAJES DE ESPERANZA para la iglesia y para los que escucharán los sermones. Son predicaciones positivas en un mundo negativo:

 

Que Dios te use grandemente.


Pr. Heyssen Cordero Maraví


El autor

La ciencia de ganar almas. Manual de evangelismo. Volumen 3 | By Pr. Heyssen Cordero Maraví - Descargar


Cuando hablamos de evangelismo, nuestra tendencia es referirnos a una campaña, una serie de predicaciones, una proclamación pública del evangelio, un evento con fecha para empezar y, para terminar. Pensamos generalmente en la estrategia, en los planes, en las etapas necesarias para lograr un resultado. Cuando pensamos en el evangelista, la figura que se nos pasa por la mente es de un predicador entusiasta y persuasivo, un comunicador envolvente y convincente, un orador que se utiliza de argumentos consistentes y a veces de una buena dosis de marketing. Todo esto tiene su lugar y su valor. El evangelismo no se hace sin eventos de proclamación pública, y si se cuenta con un predicador apasionado, el impacto será significativo. Pero, como sabemos, estos no son los únicos elementos, ni los más importantes.

¿QUÉ HAY DE MÁS IMPORTANTE ENTONCES?

El evangelismo es, antes de todo, una obra del Espíritu. Al anunciar la venida del Consolador, el Espíritu Santo, Jesús afirmó: “Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Esto nos debería dar la seguridad de que, cuando empezamos a testificar para una persona o cuando una persona viene a las reuniones de evangelismo, el Espíritu de Dios ya estuvo obrando en esta persona desde hace mucho tiempo. Él ya ha utilizado muchos medios para llegar a su corazón y en el momento que nos conectamos con esta persona, seremos los instrumentos en las manos del Espíritu.

Antes de ascender al Cielo, Jesús destacó el papel del Espíritu aun de manera más vehemente: “Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre ustedes, y me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Esto nos indica que el éxito de la misión del testigo no está en su habilidad o elocuencia, en su sabiduría o experiencia. Antes, está en el Espíritu que derrama su poder sobre los que aceptaron la gracia de Dios y se colocan humildes a su servicio. “Después del derramamiento del Espíritu Santo, los discípulos, revestidos de la panoplia divina, salieron como testigos a contar la maravillosa historia del pesebre y la cruz. Eran hombres humildes, pero salieron con la verdad. Después de la muerte de su Señor eran un grupo desvalido, chasqueado y desanimado, como ovejas sin pastor; pero ahora salen como testigos de la verdad, sin otras armas que la Palabra y el Espíritu de Dios, para triunfar sobre toda oposición” (Testimonio para ministros, p. 66).

Esta experiencia de los discípulos nos indica que ellos no solamente fueron instrumentos en las manos del Espíritu, sino que fueron transformados por Él. Dicho de otra manera, ellos experimentaron la obra, la actuación poderosa del Espíritu, primera y continuamente en la propia vida. Y aquí está el segundo elemento poderoso en el evangelismo: los que fueron transformados por el poder del Santo Espíritu, los que recibieron a Cristo, experimentaron el perdón, renunciaron al pecado y viven en obediencia y santificación, estos son los evangelistas que el Cielo usará poderosamente. “El Espíritu se derrama sobre todos los que cedan a sus indicaciones, y arrojando de lado toda maquinaria humana, sus reglas limitativas y métodos cautelosos, declararán la verdad con el poder del Espíritu. Multitudes recibirán la fe y se unirán a los ejércitos del Señor” (The Review and Herald, 23 de junio de 1895).

Hoy, el Señor anhela hacer de nosotros sus testigos, sus mensajeros, sus misioneros, sus evangelistas. Para esto primeramente tenemos que ser sus hijos, perdonados, revestidos de su manto de justicia y santidad. “Debemos orar por el derramamiento del Espíritu Santo con tanto ahínco como lo hicieron los discípulos en el día del Pentecostés. Si ellos lo necesitaban en aquel tiempo, nosotros lo necesitamos más hoy día. La oscuridad moral, cual paño mortuorio, cubre la Tierra. Toda clase de falsas doctrinas, herejías y engaños satánicos están desviando las mentes de los hombres. Sin el Espíritu y el poder de Dios trabajaremos en vano por presentar la verdad” (Testimonios para la Iglesia, p. 5:147). El Espíritu está trabajando para salvar y ser disponible, aguardando que lo busquemos para que haga su obra en nosotros y por medio de nosotros.

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